Jamás hubiese sabido, si no fuese por Mario Benedetti, que a eso que le queda a la taza cuando ya te tomaste el café se llama "la borra del café". Por lo menos en Uruguay. Si lo dejas un par de días -como algunas de mis tazas- se vuelve duro, y dependiendo de qué tan negro haya sido tu café también algo difícil de lavar.
Total. Resulta que si alguien que sabe le echa el ojo a la dichosa borra de tu café, puede predecir cosas interesantes sobre tu futuro, como encuentros fortuitos pero románticos a la sombra de un árbol que, en mi mente, se ve como esos árboles clásicos de las fotos de la sabana africana (con el sol poniéndose atrás). Vagamente recuerdo eso, y la verdad no me queda bien claro de qué iba el libro, porque no es como que el héroe de la historia haya ido por ahí buscando quién le podía decir algo nuevo de su futuro. O sí? No sé. Lo que sí sé es que el libro me causó una impresión muy fuerte por un único y muy importante detalle. La romántica obsesión de un beso en la comisura de los labios. Es un tema recurrente del libro y aunque es lo único que conservo en la memoria de la obra me bastó para más de una vez recomendar a gente que lo leyera.
Un beso en la comisura de los labios es valioso por muchas cosas. Representa atrevimiento, porque no le vas a dar un beso ahí a alguien a quien no le darías un beso en mitad de la boca. Es al mismo tiempo un poco tramposo, porque técnicamente no es un beso-beso. Tienes que darlo con mucho cuidado y premeditación: no puedes "robar" un beso en la comisura de los labios porque no le vas a atinar. Peor aún: si le atinas se va a interpretar como que o no le atinaste a la boca o no le atinaste al cachete. Tiene que darse despacito, pues, pa' que se sepa que sí, en efecto, esa era tu intención dar un beso ahí y no en otro lado, y si por favor sería la otra persona tan amable como para decidir que es a la vez extraño y encantador.
Claro que, si no resulta que la otra persona lee libros y se fija en los detalles exóticos mientras desecha en su mente el resto de la trama, lo más seguro es que nunca se logre el efecto que el dador-de-besos-en-la-comisura-de-los-labios en cuestión tenía la intención de transmitir.
Un beso de soñadores, lo llamaría yo. Si bien mis sueños son demasiado vagos e incluso poco originales como para clasificarme con tan augusto grupo de gente, conservo la memoria de cortísimo plazo y la mente dispersa que tan seguido los identifica. Así que muy seguido me encuentro deseando ser un soñador de a deveras, y no nada más un individuo atolondrado.
Vi una película hoy (se sabrá en un segundo por qué viene al tema) que siempre me ha gustado. Creo que me gusta más porque porque me recordó que hace 8 años que estuve por Paris y porque me gusta cómo suena el francés particular que hablan ahí (ahí en la película, no sabría distinguir el francés de Paris), pero eso no viene al caso. Lo que sí viene al caso es que el climax incluye la insistencia poco ortodoxa en los besos en la comisura de los labios.
¿Se habrán puesto de acuerdo?
Suscribirse a:
Comentarios de la entrada (Atom)
2 comentarios:
TU dandole tanta vuelta a un tema? Como crees? Jajaja
un abrazo
la borra del café :)
oh sí, yo los recuerdo bien.
Publicar un comentario