Va más de un mes, y la verdad no quería dejar pasar la oportunidad de escribir al respecto. No será la primera vez que empiece a escribir al respecto, pero espero esta vez no desesperarme y borrar todo mi trabajo a medio camino.
Vino a ocurrir que tras ciertas comunicaciones messengerísticas, de las cuales me mantuve por experiencia bastante incrédulo, apareció repentinamente dinero en mi cuenta de banco, destinado a adquirir boletos para el muy famoso Austin City Limits. Total que no se volvió a hablar mucho del asunto y pasaron los días y las semanas.
Se sabe que el mexicano no es muy dado a planeaciones complicadas y cuidadosas -que nomás hacen más complicadas y cuidadosas las actividades, cosa poco deseable-, pero me pareció un poco excesivo que a un par de días del evento yo todavía no sabía ni siquiera si quienes pronto serían mis visitas estaban conscientes de que tenían que llegar a Austin un jueves, o por lo menos estar en camino para entonces. El mail que recibí el miércoles en la noche decía como en 4 líneas que los regios en cuestión pensaban lanzarse a la carretera el jueves por la noche, llegar en la madrugada directo a mi casa, y estar a tiro pa' la parranda al mediodía. Si bien es un plan perfectamente razonable, me descubrí a mí mismo pensando que era algo un poco atrabancado. Eso da miedo, porque me hace sentir que me voy haciendo viejo. :¬)
Siendo las 8 de la mañana del viernes me cansé de esperar a quienes prometieron llegar a las 5. Tomé la llave extra de mi departamento y la pegué con cinta en un lugar poco conspícuo, escribí breves instrucciones acerca de cómo comunicarse conmigo y me fui a trabajar después de haber pegado dichas instrucciones en mi puerta. El razonamiento era que mis visitas iban a llegar tarde y cansados, además de que no había nada muy mencionable que ver en las primeras horas del festival. Mi plan era ahorrarme por lo menos medio día de las vacaciones que ya había pedido para dicha ocasión, y al final resultó bastante bien porque me dejaron conservar mi día completo.
9:40 se oyó un inconfundible acento norteño en mi celular, y a los pocos minutos el buen Kenji y tres personas para mí desconocidas se empezaron a acomodar en mi humilde hogar. Yo prometí llegar como al medio día, pa' nomás recogerlos e irnos. Claro que "nomás recogerlos e irnos" se convirtió en que prepararon una deliciosa comida, comimos hasta hartarnos, y sacamos unos tequilas y vino en "preparación" para un evento que llevaba mucho rato de haber empezado sin nosotros. Ya nos íbamos cuando alguien decidió que iba a bañarse todavía. Y, pues, así nos la llevamos. Para mi horror, y pa' hacer el cuento corto, eran casi las 5 cuando llegamos a Zilker Park a gozar de las festividades. Estuvimos como loquitos corriendo de un lado a otro para tratar de llenar el horario de rigor: vi en la lejanía a Joss Stone despedirse del público al que tantas ganas tenía yo de unirme. Corrimos a ver un poco de Queens of the Stone Age, nos perdimos un rato. Se hizo de noche y empezó Gotan Project. Luego Björk, que es un viaje, y de la cuál acabamos rajándonos para tratar de alcanzar todavía las últimas dos rolas de The Killers. Entre la masa de gente y los ires y venires propios de tal evento, hubo perdidos, mala comunicación, y largas esperas. Salir de ahí resultó aún más difícil de lo que había sido entrar. Y si estoy sonando algo negativo es porque quiero hacer un punto muy claro: me la pasé de pocamadre!
Ya luego narraré la continuación.
29 de octubre de 2007
3 de octubre de 2007
La Borra del Café
Jamás hubiese sabido, si no fuese por Mario Benedetti, que a eso que le queda a la taza cuando ya te tomaste el café se llama "la borra del café". Por lo menos en Uruguay. Si lo dejas un par de días -como algunas de mis tazas- se vuelve duro, y dependiendo de qué tan negro haya sido tu café también algo difícil de lavar.
Total. Resulta que si alguien que sabe le echa el ojo a la dichosa borra de tu café, puede predecir cosas interesantes sobre tu futuro, como encuentros fortuitos pero románticos a la sombra de un árbol que, en mi mente, se ve como esos árboles clásicos de las fotos de la sabana africana (con el sol poniéndose atrás). Vagamente recuerdo eso, y la verdad no me queda bien claro de qué iba el libro, porque no es como que el héroe de la historia haya ido por ahí buscando quién le podía decir algo nuevo de su futuro. O sí? No sé. Lo que sí sé es que el libro me causó una impresión muy fuerte por un único y muy importante detalle. La romántica obsesión de un beso en la comisura de los labios. Es un tema recurrente del libro y aunque es lo único que conservo en la memoria de la obra me bastó para más de una vez recomendar a gente que lo leyera.
Un beso en la comisura de los labios es valioso por muchas cosas. Representa atrevimiento, porque no le vas a dar un beso ahí a alguien a quien no le darías un beso en mitad de la boca. Es al mismo tiempo un poco tramposo, porque técnicamente no es un beso-beso. Tienes que darlo con mucho cuidado y premeditación: no puedes "robar" un beso en la comisura de los labios porque no le vas a atinar. Peor aún: si le atinas se va a interpretar como que o no le atinaste a la boca o no le atinaste al cachete. Tiene que darse despacito, pues, pa' que se sepa que sí, en efecto, esa era tu intención dar un beso ahí y no en otro lado, y si por favor sería la otra persona tan amable como para decidir que es a la vez extraño y encantador.
Claro que, si no resulta que la otra persona lee libros y se fija en los detalles exóticos mientras desecha en su mente el resto de la trama, lo más seguro es que nunca se logre el efecto que el dador-de-besos-en-la-comisura-de-los-labios en cuestión tenía la intención de transmitir.
Un beso de soñadores, lo llamaría yo. Si bien mis sueños son demasiado vagos e incluso poco originales como para clasificarme con tan augusto grupo de gente, conservo la memoria de cortísimo plazo y la mente dispersa que tan seguido los identifica. Así que muy seguido me encuentro deseando ser un soñador de a deveras, y no nada más un individuo atolondrado.
Vi una película hoy (se sabrá en un segundo por qué viene al tema) que siempre me ha gustado. Creo que me gusta más porque porque me recordó que hace 8 años que estuve por Paris y porque me gusta cómo suena el francés particular que hablan ahí (ahí en la película, no sabría distinguir el francés de Paris), pero eso no viene al caso. Lo que sí viene al caso es que el climax incluye la insistencia poco ortodoxa en los besos en la comisura de los labios.
¿Se habrán puesto de acuerdo?
Total. Resulta que si alguien que sabe le echa el ojo a la dichosa borra de tu café, puede predecir cosas interesantes sobre tu futuro, como encuentros fortuitos pero románticos a la sombra de un árbol que, en mi mente, se ve como esos árboles clásicos de las fotos de la sabana africana (con el sol poniéndose atrás). Vagamente recuerdo eso, y la verdad no me queda bien claro de qué iba el libro, porque no es como que el héroe de la historia haya ido por ahí buscando quién le podía decir algo nuevo de su futuro. O sí? No sé. Lo que sí sé es que el libro me causó una impresión muy fuerte por un único y muy importante detalle. La romántica obsesión de un beso en la comisura de los labios. Es un tema recurrente del libro y aunque es lo único que conservo en la memoria de la obra me bastó para más de una vez recomendar a gente que lo leyera.
Un beso en la comisura de los labios es valioso por muchas cosas. Representa atrevimiento, porque no le vas a dar un beso ahí a alguien a quien no le darías un beso en mitad de la boca. Es al mismo tiempo un poco tramposo, porque técnicamente no es un beso-beso. Tienes que darlo con mucho cuidado y premeditación: no puedes "robar" un beso en la comisura de los labios porque no le vas a atinar. Peor aún: si le atinas se va a interpretar como que o no le atinaste a la boca o no le atinaste al cachete. Tiene que darse despacito, pues, pa' que se sepa que sí, en efecto, esa era tu intención dar un beso ahí y no en otro lado, y si por favor sería la otra persona tan amable como para decidir que es a la vez extraño y encantador.
Claro que, si no resulta que la otra persona lee libros y se fija en los detalles exóticos mientras desecha en su mente el resto de la trama, lo más seguro es que nunca se logre el efecto que el dador-de-besos-en-la-comisura-de-los-labios en cuestión tenía la intención de transmitir.
Un beso de soñadores, lo llamaría yo. Si bien mis sueños son demasiado vagos e incluso poco originales como para clasificarme con tan augusto grupo de gente, conservo la memoria de cortísimo plazo y la mente dispersa que tan seguido los identifica. Así que muy seguido me encuentro deseando ser un soñador de a deveras, y no nada más un individuo atolondrado.
Vi una película hoy (se sabrá en un segundo por qué viene al tema) que siempre me ha gustado. Creo que me gusta más porque porque me recordó que hace 8 años que estuve por Paris y porque me gusta cómo suena el francés particular que hablan ahí (ahí en la película, no sabría distinguir el francés de Paris), pero eso no viene al caso. Lo que sí viene al caso es que el climax incluye la insistencia poco ortodoxa en los besos en la comisura de los labios.
¿Se habrán puesto de acuerdo?
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